Las emociones son respuestas complejas del organismo que implican componentes psicológicos, fisiológicos, cognitivos, y conductuales. Estos estímulos internos o externos juegan un papel crucial en la supervivencia y el bienestar humano. Las emociones, siendo involuntarias, nos retan a gestionarlas y/o transitarlas para nuestra salud integral, y de suprimirlas o ignorarlas, tomamos alto riesgo de enfermar a mediano plazo. Nuestro cuerpo dice “no”, nos avisa que algo está pasando, nos va dando sintomatología. Auto regularlas nos afectará integralmente de manera negativa o positiva.
Entre los tipos de emociones tenemos:
La alegría: nos facilita la motivación y la conexión social. Liberamos dopamina y serotonina, neurotransmisores que aumentan el bienestar y nuestra resiliencia.
La tristeza: con mala fama, se percibe negativamente, sin embargo, cumple una función esencial en el procesamiento de pérdida y duelo. Conectamos a una introspección personal, nos humaniza.
El miedo: es parte de nuestra existencia, la emoción más primaria. Ej. cuando un bebé nace es su primera emoción, por eso el llanto, como respuesta instintiva y fisiológica al cambio drástico del ambiente del útero materno al mundo exterior, siendo esencial para asegurar que el recién nacido comience a respirar adecuadamente.
La ira: vista desde una óptica positiva, nos puede impulsar a cambios motivando la acción, para corregir situaciones percibidas como erróneas o injustas, mientras que la ira mal gestionada y sostenida en el tiempo puede ser destructiva.
La sorpresa: nos permiten innovar la rápida adaptación, llevándonos al segundo aspecto seguro que tenemos en nuestras vidas, el cambio, facilitándonos el procesamiento de nueva información. Nos programa para un análisis más detallado y una respuesta rápida de nuestro entorno.
El asco: nos protege de sustancias o comportamientos que pueden ser perjudiciales para nuestra salud, como aversión a alimentos en mal estado, y la evitación de comportamientos y situaciones de manera personal o social inaceptables.
La vergüenza: nos deja una sensación de incomodidad, humillación y malestar, causado por una conciencia de falta de adecuación, comportamiento inexacto o situaciones que nos vuelven vulnerables. Posee varios niveles de intensidad que dependen de factores individuales y culturales.
La interacción entre las emociones y la somatización tiene implicaciones significativas, y van de la mano de la buena gestión en la prevención de enfermedades somáticas. Cuando no gestionamos correctamente las emociones se producen efectos adversos en nuestro cuerpo a nivel cognitivo, físico y psicológico.
- Cognitivamente, el estrés crónico puede deteriorar funciones ejecutivas, como la atención, la memoria y la capacidad de toma de decisiones. La sobrecarga emocional puede llevar a la rumiación (pensamiento en bucle), afectando la claridad mental y aumentando el riesgo de trastornos como la depresión y la ansiedad, entre otros.
- Físicamente, la activación constante del eje hipotálamo-pituitario-adrenal eleva los niveles de cortisol (la hormona del estrés), causando inflamación, hipertensión, problemas cardiovasculares, y debilita el sistema inmunológico.
- Psicológicamente, no da una disminución del bienestar en general, llevándonos a estados de ánimo negativos persistentes, y mayor vulnerabilidad.
Cómo pueden manifestarse los síntomas psicosomáticos:
- En el sistema nervioso, con frecuentes migrañas, jaquecas, vértigos, náusea, hormigueo en el cuerpo, parálisis muscular, etc.
- Con relación a los sentidos, podemos tener visión doble, ceguera transitoria, zumbidos en los oídos, piel atópica y afonía.
- En relación con el sistema cardiovascular, podemos experimentar taquicardias y palpitaciones.
- Con el sistema respiratorio, opresión en el pecho, asma bronquial, comienzo de ataques de pánico, y sensación de falta de aire.
- Con relación al sistema gastrointestinal, pueden presentarse diarrea, estreñimiento, reflujo, acidez, y dificultad para tragar, siendo el estómago el segundo cerebro (donde se sienten más las emociones), y el encargado de producir serotonina (la hormona que más dura en nuestro cuerpo y es la encargada de la estabilidad emocional, del sosiego y de la calma).
El estrés crónico, los traumas sin resolver, una personalidad insegura, la baja autoestima, el perfeccionismo, una personalidad obsesiva y controladora, la cronopatía (obsesión con aprovechar al máximo el tiempo), la soledad mal gestionada, y el miedo, nos puede provocar una sobreproducción de hormonas (cortisol y la adrenalina), las cuales aumenta los latidos del corazón, multiplica la insulina en la sangre, provocando altos niveles de azúcar en la sangre, sobrecarga el páncreas, los riñones. Dicho exceso está asociado a enfermedades crónicas, como ciertos tipos de cáncer, diabetes y enfermedades autoinmunes, así como enfermedades inflamatorias y cardíacas.
Para abordar la psicosomatización contamos con estrategias de intervenciones psicológicas, explorando desde donde se origina. Elegir estilos de vida saludables como hacer ejercicio, practicar mindfulness, adquirir una nutrición balanceada y una correcta higiene del sueño, nos aporta gestionar el estrés y la ansiedad.
La psico-educación va de la mano con promover el acceso asequible y seguro a la salud mental en nuestra sociedad. Podemos aportar la detección temprana de psicopatologías, seguido de tratamientos psicológicos éticos, que nos ayuden a prevenir la psicosomatización (manifestación de síntomas físicos en el cuerpo debido a traumas y conflictos emocionales o psicológicos no resueltos). Psico-inmunización: terapia preventiva de las enfermedades, mejora la respuesta inmunológica de nuestro cuerpo.
Podríamos ver nuestra sintomatología como una oportunidad para sanar y vivir.
“El milagro del autodescubrimiento”
Lcda. Miosotis Mella
Psicóloga Clínica. Experta en psiconeuroinmunología. M. A. Intervención en Crisis y Trauma