Familia. ¿Cómo la establecemos en estos tiempos? ¿Cómo encerrar en una sola definición todo lo que implica la responsabilidad y el reto emocional de llevar una familia?
Los tiempos han cambiado y hoy podemos ver diferentes tipos de familia. Monoparentales, ensamblada, homo parental, ampliada/extensa y sin núcleo, que en nuestro país es bastante usual que vivan niños/as sin sus padres/madres y los críen hermanos mayores, abuelas, tíos o el vecino que le hace el aguante.
Con el paso de los años y viviendo la experiencia de ser madre y cabeza de familia, he podido entender que la familia la integra el amor, no mucho más que eso. ¿O puede llamarse familia a aquella que está formada tradicionalmente y encaja perfecto en un solo significado, pero donde el abuso, la violencia y la falta de responsabilidad sobre los hijos es la norma?
Tendemos a formar una familia con un ideal de perfección que no existe. Tenemos el sueño de que nuestros hijos sean mejores que nosotros, tengan más oportunidades e incluso vivan sobre las expectativas sociales para que sean aceptados e integrados.
Siendo padre o madre ¿Cuántas veces creció el sentimiento de culpa por pensar que “no lo estabas haciendo bien? ¿Cuántas veces te cuestionaste como padre o madre? ¿Cuántas veces te comparaste?
Y no, no existe tal perfección ni modelo alguno que nos garantice el éxito de la tarea más difícil (y hermosa): Crear, sostener y cuidar nuestra familia.
Aprender a ser padres es válido. Nadie nos entregó el disco duro con los principios “de una buena crianza” o los de”la familia perfecta”. Por eso nos toca entender que somos seres humanos, igual que nuestros hijos y que la manera más saludable de llevar una familia es aceptando y validando los errores de cada miembro de ella, sobre todo de los padres, porque sí, es válido equivocarse, y con eso, enseñas a tus hijos y pareja de que todos podemos hacerlo en algún momento.
¿Lo único inamovible? Que aprendamos de ellos, que crezcamos juntos y como FAMILIA encontrar ese lugar que nos permite errar para seguir creciendo.
El resultado debe ser crecimiento, no perfección. Lo que no significa que erraremos sobre el convenio de que no aprenderemos nunca.
Aprendamos a reírnos de los retos, a pedir perdón cuando nos toque, a decir “me equivoque” a nuestros hijos, a escuchar a nuestras parejas y a vivir sin mayores expectativas que ser felices. Lo demás, siempre se consigue.